Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino

s. Luis Gonzaga, jesuita, patrón de la juventud católica

s. Luis Gonzaga, jesuita, patrón de la juventud católica - Santo del día 21 de junio

Santo del 21 de junio

Noble heredero de un ilustre marqués, Luis comprendió muy pronto que el Señor lo quería en otra parte. Renunció a la riqueza y a la mundanidad en favor de la oración, la penitencia y el servicio, según el carisma de los jesuitas. Murió como un "mártir de la caridad" durante la peste de Roma en 1591.  
s. Luis Gonzaga, jesuita, patrón de la juventud católica

"Os confiaré, oh ilustre señora, que meditando sobre la divina bondad, mar sin fondo e sin limites, mi mente se extravía. No puedo entender cómo el Señor mire mi pequeño y breve trabajo y me recompense con el reposo eterno y desde el cielo me invite a esa felicidad que hasta ahora he buscado con negligencia y que, aunque muy pocas lágrimas he derramado por ella, me siga ofreciendo ese tesoro que es la coronación de grandes trabajos y llantos". (De la última carta a su madre, 10 de junio de 1591).

Nació en la provincia de Mantua, de donde era originaria su familia. Habiendo sido el primogénito de un noble linaje, su destino a la guerra parecía que hubiera sido ya predeterminado. Su padre, el marqués Ferrante, estaba convencido de ello y por eso lo ejercitó en el uso de las armas y las armaduras. Su madre, en cambio lo educó con su testimonio de fe y con sus oraciones.

Su precoz encuentro personal con Dios

Luis nos contará que su vocaciòn a la vida religiosa maduró muy precozmente. Como cualquier niño normal, a la edad de 5 años jugaba a la guerra, y luego como a los 7 años se arrodillaba varias veces al día para recitar los salmos penitenciales. A los 10 años se consagró definitivamente a María, como ella se había consagrado a Dios. A los 12 años recibió la Primera Comunión de manos de San Carlos Borromeo, en ocasión de su visita pastoral a Brescia. Confió luego sus intenciones de consagrarse como religioso a su madre, pero su padre se opuso a esa desición con todas sus fuerzas. Incluso se burló de él, pero Luis se defendió diciendo: "Busco la salvación, Padre mìo; búsquela usted también! Su padre intentó disuadirlo enviándolo a las cortes italianas, quizás para que en esos ambientes se distrajera o se enamorase, pero el resultado obtenido fue contraproducente pues Luis confirmó con más vigor su decisión de entrar en la Compañía de Jesús. Así que, en 1585 firmó su renuncia a los títulos y a la herencia a favor de su hermano menor Rodolfo y se fue a Roma. Sólo tenía 17 años.

Una verdadera "joya espiritual"

Entre los jesuitas, Luis se distinguió por su fe siempre entusiasta y por su hábito de intensas penitencias y autocontrol. Sus superiores se dieron cuenta inmediatamente de que Luis era una verdadera y poco común "joya espiritual", tanto que después de su muerte el Superior General, sucesor directo de San Ignacio de Loyola, afirmó que pensaba que Luis se habría salvado de la peste, pues estaba convencido de que el Señor lo habría destinado a ser el guía de la Compañía de Jesús en un futuro. Entre los jesuitas sólo pasó unos pocos años, estudió teología pero no tuvo tiempo para profesar sus votos.

"Como los otros"

Mientras Luis vivía en Roma, varios dramas flagelaban a la ciudad, uno tras de otro: primero la sequía, luego la hambruna, finalmente una epidemia de peste tifoidea. Fiel al lema "Como los otros ", es decir, renunciando a sus nobles orígenes así como los privilegios derivados de su estado de salud, Luis se fue entre los "apestados" para curarlos y ayudarlos, junto a San Camilo De Lellis. Un día, vio a un enfermo abandonado en la calle, a punto de morir: lo cargó sobre sus hombros y lo llevó al hospital de la Consolata. Así es como probablemente se infectó, y unos días más tarde murió en los brazos de sus compañeros, a sólo 23 años de edad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII, quien tres años después, lo nombró protector de los estudiantes. Pío XI lo proclamó protector de la juventud católica en 1926; Juan Pablo II lo nombró protector de los enfermos de SIDA en 1991.

 

Oración del día:

 
"Ó s. Luis Gonzaga, jesuita, patrón de la juventud católica, humilde siervo de Dios, que encontraste en la soledad y la oración la verdadera paz, intercede por nosotros ante el Señor. Ayúdanos a buscar la unidad y la fortaleza espiritual en medio de las tribulaciones, y guíanos con tu sabiduría hasta el corazón de la Santísima Trinidad. Amén."
 
Que en este día podamos reflexionar sobre la vida de s. Luis Gonzaga, jesuita, patrón de la juventud católica y encontrar inspiración en su entrega total a Dios, especialmente en tiempos difíciles.
 

El Santo del Día: La Importancia de la Santidad Cotidiana

Cada día, la Iglesia Católica conmemora la vida de uno o más santos, recordando sus virtudes y su testimonio de fe. La tradición del "Santo del Día" nos permite conocer a quienes dedicaron su existencia a Dios, sirviendo con amor y devoción a la humanidad.
 

¿Quiénes son los santos?

Los santos fueron hombres y mujeres que, en su caminar por este mundo, se esforzaron por seguir fielmente las enseñanzas de Cristo. Algunos sufrieron el martirio por su fe, mientras que otros dedicaron sus vidas a la oración, la caridad y la evangelización. La Iglesia los reconoce como santos tras un proceso en el que se confirman sus virtudes y los milagros atribuidos a su intercesión.
 

La celebración del Santo del Día

Cada santo tiene un día especial de conmemoración, generalmente en la fecha de su fallecimiento, visto como el momento de su encuentro definitivo con Dios. Esta práctica nos invita a conocer más sobre sus vidas y a dejarnos inspirar por su testimonio de santidad.
 

Un propósito espiritual

Celebrar el Santo del Día no es solo un recordatorio histórico, sino también un llamado a la reflexión y a la oración. A través de su intercesión, podemos pedir fuerza y aliento para afrontar los desafíos diarios con más fe y esperanza.
 
Conocer la vida de los santos y celebrar su legado es una manera hermosa de fortalecer nuestra fe y encontrar modelos concretos de vida cristiana. Cada uno de ellos nos deja una enseñanza sobre perseverancia, amor al prójimo y entrega total a Dios. Que sus historias nos animen a vivir con más devoción y propósito, siguiendo el camino de Cristo en nuestro día a día.
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