Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino

Santo del 26 de noviembre

Santo del 26 de noviembre | Celebrando a Vida dos Santos da Igreja

Conozca la Historia y la Devoción

 

El día 26 de noviembre, la Iglesia Católica celebra la vida y el legado de santos y beatos que marcaron la historia de la fe con su ejemplo de amor a Dios y al prójimo. En esta fecha especial, recordamos su trayectoria, milagros y enseñanzas, que continúan inspirando a los fieles en todo el mundo.

Acompáñenos a conocer la historia del Santo del 26 de noviembre, descubra sus virtudes y profundice en la espiritualidad cristiana a través de oraciones y reflexiones. ¡Que su testimonio de fe fortalezca nuestro camino diario!

s. Siricio, papa
Llega a ser Papa en el 384 e inmediatamente establece una relación de confianza y colaboración con San Ambrosio de Milán. Siricio es un Pontífice moderado y equilibrado, además del primero, según los historiadores, en afirmar la primacía del “mayor Pedro” y hacerse llamar “Papa”.  
s. Leonardo de Puerto Mauricio, sacerdote franciscano

Como joven franciscano, Leonardo había pedido ser enviado como misionero en China. El cardenal Colloredo le había respondido: "Tu China será Italia", pues a finales del siglo XVII, el pueblo cristiano italiano sufría por tantas miserias materiales y por distintos errores doctrinales, que desde ese entonces ya era considerado como un país necesitado de muchos santos misioneros. Aparte del analfabetismo y la pobreza generalizada, uno de los errores doctrinales que azotaban aquellos tiempos era la herejía del frío jansenismo, que afirmaba que Dios había predestinado la salvación sólo para unos pocos elegidos. Los dañosos efectos de la doctrina herética jansenista se reflejaban también en un fuerte moralismo que presentaba a Dios como un juez muy severo, y no como un Padre misericordioso. Fue en este contexto social, cultural y religioso que Leonardo, como sacerdote franciscano vivió en primera persona una íntima y muy afectuosa unión con Dios.

Su método de evangelización por medio del Vía Crucis

El niño bautizado con el nombre de Pablo Jerónimo Casanova, nació en Puerto Mauricio, la actual Imperia, Italia, el 20 de diciembre de 1676. De joven estudió en Roma en el Colegio Romano, antes de ingresar en el Retiro de San Buenaventura en el Palatino, donde vistió el hábito franciscano tomando el nombre de Leonardo. Para preparar sus predicaciones, Fray Leonardo oraba y contemplaba constantemente, como hacía su Padre san Francisco, el infinito amor de Cristo que lo llevó a aceptar por nuestra salvación el tormento de la Cruz. Junto con la devoción al Nombre de Jesús y a la Virgen María, el tema de la amorosa Pasión de Cristo estuvo siempre presente en sus predicaciones, una devoción típicamente franciscana, a la que dio gran popularidad con las meditaciones del Via Crucis. Grandes multitudes acudían a escuchar su ardiente predicación, quedando impresionadas y conmovidas. "Es el mayor misionero de nuestro siglo", llegó a decir el mismo san Alfonso María de Ligorio. Las misiones populares lo llevaron a viajar por toda Italia, especialmente en la Toscana. Enviado también a Córcega para restablecer la concordia entre los ciudadanos, consiguió un inesperado abrazo de paz, a pesar de las graves divisiones entre los habitantes.

Predicador incansable

Leonardo fue un predicador infatigable pero sus incontables labores misioneras lo fueron agotando. Al final de sus días regresó a Roma pasando primero por Liguria. En el Año Santo de 1750, convocado por el Papa Benedicto XIV, tuvo la feliz idea de hacer eregir 14 edículos en el Coliseo que representaran los pasajes bíblicos de las Estaciones del Vía Crucis y una gran Cruz en la zona del anfiteatro. Este fue su último esfuerzo evangelizador. Murió en Roma el 26 de noviembre de 1751 en el convento de San Buenaventura del Palatino. Fue venerado como santo inmediatamente en toda Italia, sobre todo por los romanos. El 19 de marzo de 1796 fue beatificado, pero la ceremonia de canonización tuvo lugar el 29 de junio de 1867, durante el pontificado del Papa Pío IX, que era especialmente devoto de san Leonardo. En 1923, Pío XI lo nombró Patrón de los misioneros en los países católicos; desde mediados de los años noventa, el santo franciscano se convirtió en el Patrón de la ciudad de Imperia.

s. Silvestre, abad, fundador de los Silvestrinos

Silvestre Guzzolini nació en Osimo, cerca de Ancona, en 1177, en el seno de una familia acomodada que lo envió a Bolonia para estudiar Derecho, ya que su padre quería que llegara a ser un rico y famoso abogado. Sin embargo, Silvestre, se sintió insatisfecho de tales estudios y, sin pedir el parecer de su padre, se fue a Padua para estudiar teología. Cuando volvió a casa con el título de una disciplina religiosa en vez del envidiable título civil de abogado, su padre se sintió tremendamente desilusionado y ofendido y se enojó tanto que lo segregó en casa por 10 años.

Una vocación obstaculada por la familia

A pesar de la oposición familiar y gracias a la Palabra contenida en la Sagrada Escritura que él había profundizado y amado durante el tiempo de sus estudios teológicos, en Silvestre la llamada a la vida religiosa se hizo cada vez más fuerte. El problema era que su padre también lo había desheredado y se encontraba muy solo y sin recursos. Providencialmente, ayudado por el obispo local que apreciaba su celo cristiano, consiguió entrar en la Comunidad de Canónigos de la Iglesia de Osimo. Allí Silvestre condujo una vida ejemplar, dedicada a la oración, a la meditación y a la observancia radical del Evangelio. Un día, sin embargo, tuvo que reprender a su obispo, que llevaba una vida poco ejemplar. El Obispo no digirió nada bien el regaño y Silvestro se encontró de nuevo solo y segregado como cuando estuvo encarcelado en su casa natal. Pero no se desanimó y siguió buscando cuál podría ser su nuevo camino donde vivir con mayor fidelidad el evangelio.

"Niégate a ti mismo: toma tu cruz y sígueme"

Un día Silvestre asistió al funeral de un pariente noble y en el cementerio miró los restos humanos que yacían en una fosa común. Allí no había ya ninguna esperanza, sólo quedaba la nada de la muerte. Para él, sin embargo, fue una iluminación sobre la precariedad de la vida que lo hizo comprender el contenido de aquel antiguo refrán: "Como te ves, me ví; como me ves, te verás". Pero sobre todo, le vinieron a la mente aquellas otras Palabras de vida eterna de su Maestro que lo invitaban a seguirlo, yendo más allá de lo mudable y lo pasajero: "El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga". Así fue que Silvestre eligió la vida de ermitaño. Vagó durante un tiempo por las montañas de las Marcas hasta que el Señor le mostró una gruta, llamada Grottafucile, donde se estableció. Durante tres años no tuvo contacto con ninguna persona: su vida era toda de oración, ayunos y penitencias, se parecía a la vida Moisés que, gracias al diálogo con el Señor en la Montaña Sagrada, se llenaba de tanta humildad, mansedumbre y sabiduría, che sentía que tales dones los debía transmitir a sus hermanos, pero no sabía cómo. Fue entonces que le ocurrió algo nuevo y muy sorprendente.

Los inicios de la comunidad

Cuando los servidores del Señor de Castelletta descubrieron que en sus propiedades habitaba un anacoreta que vivía en un modo muy fuera de lo común, comenzaron a llegar también los curiosos, que lo buscaban para pedirle una oración o un consejo espiritual. Silvestre comprendió entonces que la experiencia de su aislamiento como ermitaño había llegado a su fin: ahora Dios quería que ya no viviera en soledad sino que conviviera con otros monjes en una comunidad diferente y renovada, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. La providencia divina se encargó de ello: en 1228 Gregorio IX envió una delegación de frailes dominicos, compuesta por Fray Ricardo y Fray Bonaparte, para conocer a ese extraño ermitaño e para invitarlo a unirse a una orden monástica ya existente o, al menos, para adoptar una regla de vida más estructurada y precisa, tal y como había establecido el Cuarto Concilio de Letrán. Los dos frailes enviados fueron así los dos primeros hermanos de Silvestre en la nueva comunidad que se llamó Orden de San Benito de Monte Fano.

La elección de la Regla de vida

Silvestre rezaba mucho cada vez que se hallaba en un aprieto y no sabía qué cosa convenía hacer. En particular, rezaba con tal devoción y amor a la Virgen Santa, que se narra que una noche ella misma vino a visitarlo para ofrecerle a Jesús en la Eucaristía, directamente de sus santas manos. El impacto de tal visión celestial fue tan fuerte que Silvestre salió fuera de sí y se quedó en profunda contemplación extática por algún tiempo. También se cuenta que Silvestre pedía la intercesión de muchos otros santos para redactar la Regla de su comunidad y que algunos de ellos se le aparecieron en sueños. Finalmente, un buen día soñó a san Benito, y fue entonces que comprendió que era precisamente su Regla la que debía observar. Fue el primero en vestir el hábito benedictino y en 1248 recibió la aprobación del Papa Inocencio IV. Mientras tanto, la comunidad crecía y, como una buena semilla sembrada en suelo fértil, daba sus frutos y nacían nuevas comunidades. Poco a poco la vida tan singular de Silvestre, alimentada por la intensa oración, el constante estudio de la Palabra de Dios, la generosa penitencia y la profunda caridad, se fue consumiendo y cuando ya estaba por llegar a los 90 años, el Señor se lo llevó a gozar de la vida eterna: era el 26 de noviembre de 1267.

Fue el primer miembro de la Pía Sociedad de San Pablo en ser beatificado por Juan Pablo II en 1989. Originario de Alba, Piamonte, fue el director y fundador de la nueva casa paulina en Roma donde fue formador y evangelizador a través de un sabio uso de los medios de comunicación.  

Calendario Litúrgico

26 de noviembre: Miércoles de la XXXIV semana del Tiempo ordinario

Lecturas y Evangelio de hoy

Primera lectura : Daniel 5, 1-6. 13-14. 16-17. 23-28
Salmo Responsorial: Daniel 3, 62. 63. 64. 65. 66. 67
Aclamación antes del Evangelio: Apocalipsis 2, 10
Evangelio: Lucas 21, 12-19

Color litúrgico: Green

Reflexión

  • La paciencia es la raíz y la defensa de todas las virtudes: consiste en tolerar los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos lo causa (San Gregorio Magno)

  • Ésta es la gracia que debemos pedir: la perseverancia. Y que el Señor nos salve de las fantasías triunfalistas. El triunfalismo no es cristiano, no es del Señor. El camino de todos los días, en la presencia de Dios: ése es el camino del Señor. ¡Vayamos por él! (Francisco)

  • El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana (…) (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.473)

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